La final del Mundial 2014 discurrió para Alemania de una forma muy diferente a la planeada, con cambios obligados y una Argentina superior tácticamente. Aún así se llevó la Copa del Mundo como premio a su carácter.
Alejandro Sabella empezó ganando el duelo táctico, pero ello no fue suficiente para llevarse la Copa del Mundo, porque en el momento más crítico del partido, cuando se necesitó mucho más que orden y disciplina, Alemania sacó a relucir a los jugadores hambrientos de gloria, a esos convencidos de que el Maracaná era el sitio ideal para alcanzarla.
Un motor llamado Schweinsteiger
Uno de ellos se erigió por encima de todos los demás: Bastian Schweinsteiger. Desde el inicio del encuentro buscó ser protagonista, pidió el balón, empezó a hacerlo circular, y entre más apretada y tensa se puso la final, más resaltaba, más brillaba él. No es casualidad que exactamente un minuto después de haber reingresado al terreno de juego con un una herida en el ojo cosida de afán, Mario Götze consiguiera el gol de la victoria.
Schweinsteiger, con sangre y todo siguió jugando.
Schweinsteiger, noqueado por Serguio Agüero, sangrando copiosamente, se negó a ser sustituido. El corte debajo del ojo fue remendado como se pudo, y el jugador del Bayern, segundo capitán de la selección alemana, le dió una señal a su equipo: ¡Adelante!
La final del Mundial en el estadio Maracaná la definió Alemania a su favor supliendo con carácter lo que no le dio el fútbol. Y es que al entrenador Sabella de Argentina le funcionó todo, menos el gol, que tuvo en los pies de Higuaín y Palacios, quienes desperdiciaron sus oportunidades.
Lo que ordenó Sabella a sus pupilos se cumplió: regalarle el balón al rival bajo la condición de mantenerlo siempre por delante suyo. Hasta el minuto 112 Alemania se impuso en la posesión, y aunque marchó permanentemente en dirección al arco de Sergio Romero, el que estuvo con más frecuencia en peligro fue el propio, el defendido por Manuel Neuer.
Planes alterados
Joachim Löw, por su parte, tuvo que empezar el partido con un cambio de su plan inicial. La lesión de Sami Khedira durante el calentamiento a segundos del pitazo inicial de la final del Mundial lo obligó a enviar a la cancha en su reemplazo al juvenil mediocampista Christoph Kramer. Esa sustitución cambió el dibujo alemán.
Kramer inició más ofensivo, mientras Bastian Schweinsteiger se retrasaba acompañado por Toni Kroos, quien debió cumplir con su papel como generador del juego, pero esta vez desde un par de metros más atrás. Esa circunstancia hizo más largos los recorridos alemanes, que cuando empezaban a tomarse confianza en ese modelo, tuvieron que alterarlo nuevamente.
Kramer recibió un golpe y le tocó irse del partido transcurridos apenas 30 minutos. El seleccionador alemán se quedó con la variante ofensiva, en su lugar puso a André Schürrle, pero esto no alteró el panorama de la final. Argentina no buscó la pelota, pero cuando la encontró atemorizó con un arma típica de la Alemania de Löw: rápido desdoblamiento.
A lo largo de 113 minutos el partido se desarrolló bajo esos parámetros. A esa altura del partido, con la tensión en su punto más alto, una de las alternativas tácticas de Joachim Löw dio en en el blanco. Götze, quien desde el minuto 88 funcionaba como “falso nueve” tras haber reemplazado a Miroslav Klose, el “verdadero 9”, recibió un excelente pase de André Schürrle, bajó de pecho y con gran elegancia convirtió a Alemania en la nueva campeona del mundo.
La evolución del campeón
Joachim Löw llegó a Brasil con una idea conservadora. Después de haber dejado una muy buena impresión tanto en el Mundial de Sudáfrica 2010, como en la Eurocopa del 2012, donde Alemania jugó un fútbol en éxtasis ofensivo que no otorgó títulos, el 2014 exigía una defensa más estable y segura.
Los alemanes empezaron el Mundial con una novedosa formación defensiva de cuatro centrales en la línea de fondo apoyada por un mediocentro de contención interpretado por Philipp Lahm. El capitán de la selección cumplió entonces las mismas tareas que en el Bayern, club del que Löw extrajo un par de conceptos, incluido el de renunciar a un delantero definido y favorecer el “falso nueve” que Pep Guardiola importó del Barcelona e introdujo en la Bundesliga.
El contundente 4-0 sobre Portugal, en el debut en Brasil, pareció darle la bendición final al nuevo sistema táctico de Alemania. El desarrollo del Mundial, sin embargo, terminó demostrando que las innovaciones podían funcionar en situaciones particulares, pero aún no estaban maduras como para ser aplicadas a lo largo de todo el torneo.
Contra Ghana en la fase de grupos, y aún más el partido de octavos de final frente a Argelia, se evidenció que la línea de cuatro defensores centrales era demasiado lenta para aportar al ataque alemán y al mismo tiempo conservar la estabilidad en el fondo. En esas dos oportunidades las líneas del equipo se quebraron, y Alemania se vio obligada a sacar a relucir su madurez y paciencia.
El seleccionador alemán tomó nota de esto. Por un lado sintió el alivio de contar con un grupo de jugadores curtidos y hambrientos de triunfos; por el otro se ocupó de remendar al equipo. Löw recuperó su esencia, dejó de lado el exceso de precaución que lo llevó a insertar en su plan ideas ajenas, y regresó a la idea original que tuvo desde que asumió la dirección de Alemania.
Philipp Lahm fue otra vez lateral, Bastian Schweinsteiger y Sami Khedira conformaron el doble pivote, Miroslav Klose fue delantero definido, y Alemania recuperó la confianza en su juego ofensivo y capacidad goleadora. Esto, la flexibilidad a la hora de cambiar el plan (verdadero nueve, falso nueve), y las virtudes que dan los años de trabajo conjunto (confianza, paciencia, disciplina), fueron las características de la selección que cerró el Mundial de Brasil alzando la Copa del Mundo.